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  “Por cielo, tierra, aire y mar, viva San Lesmes Abad”. Con estas palabras, el arzobispo de Burgos, Francisco Gil Hellín recibía las ofrendas de panes que portaban las reinas y el cirio que ofreció el alcalde en nombre de la corporación municipal.

La comitiva partía del Paseo del Espolón hasta llegar a la iglesia de San Lesmes, en un día frío de invierno aunque con un sol resplandeciente. En el exterior de la iglesia, feligreses y curiosos esperaban la entrada de la comitiva a la vez que adquirían los roscos de pan y dulces que se vendían en las casetas montadas en la plaza. La Corporación Municipal,  precedida por mazas y timbales, se encaminaba hacia la iglesia del santo desde la Casa Consistorial con la solemnidad que marca la tradición. Autoridades civiles y militares asistían a la misa, junto con miembros de las peñas y cofradías que llenaban la iglesia. En los exteriores, música, bailes tradicionales, panecillos y jarras de vino, que hacían más llevadero la mañana fría, como es habitual en estas épocas del año.

Los Gigantillos competían con sus “dobles de bronce”, esperando a la puerta de la iglesia, recibiendo a los asistentes. 

La tradición de los panecillos viene del milagro que el santo realizó cuando sin tener comida para dar a los peregrinos que pasaban por el Monasterio  de San Juan, se encomendó a Dios y logro repartir panecillos para saciar su hambre.

El gremio de pasteleros quiso honrar al santo, por lo que hace una treintena de años, se realizó un concurso entre todas las confiterías, ganando el premio el dulce de hojaldre relleno de crema, nata o mixto, con la superficie brillante gracias al baño de gelatina de albérchigo, de textura crujiente, el Rosco de San Lesmes, con un delicioso sabor por la mantequilla y huevo que incorpora, escondiendo en su interior  un báculo de San Lesmes que, siguiendo la tradición, quien lo encuentra, debe pagar el rosco que se elabora en honor del patrón de la ciudad, un monje francés que vivió en los siglos X y XI. Tradicionalmente se hacían los roscos de pan o bollo el día 30 de enero, fiesta de San Lesmes. Se venden, una vez bendecidos, solos o acompañados de morcilla de Burgos o chorizo y una jarra de vino. El rosco que no se come se debe colgar en la cocina y siempre que hay algún problema se le debe dar un buen mordisco, aunque esté duro, y rezar al santo. Todos los años, según manda la tradición, se debe cambiar por uno nuevo.

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Publicado en: Burgos
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